En un principio, algunos análisis del debate plantearon que López Obrador había salido ileso, debido a que se apegó a su estrategia de aguantar los ataques, cuyo fin era no enojarse y no exhibir, como en ocasiones anteriores, su personalidad autoritaria e intolerante. Nadar de muertito para conservar la ventaja en las preferencias electorales. Pensaron que el único daño posible era el temperamento del candidato. El problema de los estrategas fue no haber previsto las consecuencias del silencio frente a las críticas fundadas.
Así, fueron exhibidos dos aspectos negativos de su candidatura. Primero, la pobreza de sus propuestas en los dos temas cruciales de la elección: inseguridad y corrupción y las flagrantes contradicciones entre su discurso y sus obras. La idea emblemática de López Obrador para reducir la violencia —la amnistía a los delincuentes— no solo quedó inexplicada, sino deshecha. Quiso componer el asunto con un lugar común (el crecimiento económico) cuando está demostrado que no hay una correlación directa ni inmediata entre éste y la inseguridad; y con la invitación al papa como parte de los “especialistas” del tema. ¿Qué sabrá Francisco sobre estrategias contra la inseguridad en México? Desconocimiento grave del problema y ocurrencias sin sentido.
El segundo tema: resolver la corrupción mediante su ejemplo, el cual hará que el resto de los funcionarios se comporte honestamente. Las fotografías de Bejarano recibiendo fajos de billetes y de Ponce apostando dinero público en Las Vegas, le mataron el argumento. Que el presidente designe al fiscal tampoco fue buena idea. ¿Es eso todo lo que pudo proponerle AMLO a los más de 13 millones de ciudadanos que vieron el debate, sobre el que asegura es el principal problema del país? En cuanto a las contradicciones que le señalaron, destacaron las invitaciones a su equipo de colaboradores a Alfonso Romo y a Elba Esther Gordillo, o la ausencia de explicaciones al nepotismo en Morena.
El segundo aspecto negativo de su silencio fue el desprecio mismo al debate, uno de los componentes centrales del quehacer democrático y de la tarea de gobierno. No le importaba escuchar los argumentos de sus adversarios, rebatirlos y, por consecuencia, tampoco estaba interesado en convencerlos a ellos ni a los ciudadanos. Cuando se sintió acorralado e indefenso, su respuesta fue mostrar una encuesta que lo señala como puntero. Fue el reconocimiento de la ausencia de argumentos; es como si hubiera dicho: “me valen sus críticas, no pienso ni necesito responderlas”. Otra manera de mostrar su autoritarismo, sin tener que enojarse (aunque salió enojado y sin despedirse). El problema no es que López Obrador sea lento para hablar y responder; el defecto es la ausencia de ideas, de argumentos y su resistencia a debatir.
Esto fue lo que exhibió AMLO en el debate. La confirmación de que él mismo sintió algo parecido fue el video que publicó en las redes sociales inmediatamente después del debate, que tiene dos mensajes centrales: a) que le hubiera gustado responder las mentiras de Anaya, reconociendo que no debatió; b) les pide a sus seguidores que crean en la promesa de que no les fallará; en otras palabras: lo importante no son las propuestas malas ni las contradicciones de su equipo y de su actuación; yo y solo yo soy la garantía del buen gobierno.
Ya se verá el tamaño del impacto en términos cuantitativos, es decir, en la distribución de las preferencias electorales. No sería improbable que el tabasqueño pierda al menos dos o tres puntos, los cuales pueden ir a dar a la bolsa de Ricardo Anaya. Pero lo que sí es innegable es que se produjo un cambio cualitativo: López Obrador exhibió debilidades severas (es, como lo señaló Aguilar Camín ayer, vulnerable), lo que modificó estados de ánimo en candidatos y sus equipos y en la percepción social de que ya no había nada que hacer frente a la ventaja de AMLO. Pareciera que además se dilucidó el tema del segundo lugar, lo que propiciaría una contienda más cerrada y agresiva.
Insisto en mi tesis de que ganará el que cometa menos errores. López Obrador cometió uno grave. ¿Seguirá equivocándose?
Autor. Guillermo Valdés Castellanos