El PRI se despide, pero con él abandona el escenario un régimen, es decir, toda una forma de manejar y organizar el país. El que fuera partido dominante durante más de setenta años tiene que irse, pero no será fácil, pues ha impuesto en México una cultura política que es un complejo entramado de relaciones sociales, de prácticas legales e ilegales, de formas de ejercicio del poder que se valen del derecho o del delito, según el caso
03 de Mayo de 2018
El PRI se va, pero no por su gusto ni porque lo quieran quienes han vivido y progresado a la sombra de ese poder perverso. Tampoco será fácil la extinción del dinosaurio. En el año 2000 el tricolor fue derrotado, pero no vencido. Los panistas, aparentes triunfadores, fueron incapaces de desmontar el vetusto edificio de complicidades y prefirieron gobernar —si eso es gobernar— montados en el viejo aparato construido con sangre, corrupción y despotismo.
Ese poder maligno se construyó, en efecto, echando mano de los recursos más execrables, pero esos ladrillos fueron unidos por el cemento de una ideología elaborada a lo largo de varias décadas, fundada en una idea contradictoria, pero eficaz de la revolución, de sus más brillantes hechos de armas, de los postulados más loables de sus próceres y de la imagen broncínea de los caudillos.
Esa ideología prendió entre los mexicanos porque fue una construcción apoyada en políticas sociales eficaces y en hechos ciertamente ejemplares, como la expropiación petrolera, el libro de texto gratuito, la creación del IMSS o la educación pública de calidad, por citar sólo algunos casos. Con todo y lo anterior, el mayor aporte para el éxito de esa ideología y del régimen posrevolucionario fue la transformación de la vieja economía agraria por una industrialización que, dependiente y todo lo que se quiera, fue capaz de crear empleos y generar expectativas de mejoramiento para las mayorías. Pero todo eso es un pasado extinto o en ruinas.
El PRI, en los tres últimos gobiernos del siglo XX, optó por caminar en sentido contrario al de su historia, en desechar sus mejores logros y en abandonar toda resistencia ante las imposiciones de los organismos financieros internacionales, es decir, de Washington. Hoy, ya entrado en un coma irreversible, el PRI sabe que va a morir, pero por todos los medios está dejando el campo minado para el sucesor.
Por lo pronto, las decisiones de los órganos electorales resultan muy útiles para esa estrategia: regalar la candidatura a los “independientes”, Margarita Zavala de Calderón o al Donald Trump pueblerino; impedir que se investigue al sitio de internet pejeleaks, especializado en la difamación y la mentira; cerrar los ojitos ante el trasiego de dinero público a ONG ligadas al PRI; autorizar a los candidatos “independientes” un monto privado diez veces mayor al que tenían autorizado; y encogerse de hombros ante un video del organismo protofascista Mexicanos PRImero, mismo que se exhibe en los cines violando, como lo señaló el especialista Jorge Alcocer, preceptos constitucionales y disposiciones de la ley electoral en vigor.
Por otra parte, sabedor de que pronto escuchará el responso de rigor, el priismo aprieta el paso y se endeuda en cantidades inmensas con la construcción del aeropuerto de Texcoco; urgido de acabar con lo que resta de Pemex, vende instalaciones a precios de regalo y se hace disimulado ante el auge de los huachicoleros; se le queman las habas por firmar el TTP-11 y reza porque Trump acepte renovar el TLC, así sea en su versión más lesiva para México; y como telón de fondo, hereda una deuda externa superior a la mitad del Producto Interno Bruto, dinero que los gobernantes han gastado de la manera más frívola, irresponsable y dañina para la nación.
Los priistas saben que están en falta y por eso ya escondieron la información sobre Odebrecht y nombraron a Carlos Alberto Bonnin Erales y Blanca Lilia Ibarra Cadena como comisionados del Instituto Nacional de Acceso a la Información, con la obvia finalidad de que recuerden a quién le deben su chambota y se comporten como guaruras de sus favorecedores. Y al menos en los meses que restan del sexenio se mantendrá el control sobre el periodismo venal mediante la Ley Chayote, aprobada al vapor. Cínicamente, y por si algo faltara, se congela la iniciativa que quitaría el fuero a los servidores públicos. No vaya a ser el diablo… Sí, ya se van, pero los priistas dejan una inmensa factura que tendremos que pagar los mexicanos.
Periodista y autor de Milenios de México